Columna de opinión de Vivian Valdés, gerente de negocios de Fusiona.
Estos últimos años nos hemos volcado a la comunicación digital, lo que de paso nos ha obligado a aprender nuevos códigos no declarados y derribar paradigmas existentes.
Uno de esos paradigmas es la existencia de un emisor y un receptor, agentes que usan tanto la palabra hablada como el lenguaje corporal para hacerse entender. Pero ¿qué pasa cuando el emisor no puede ver a el o los receptores? Simplemente se pierde parte de la comunicación, se vuelve imposible ver el impacto del mensaje en parte de la audiencia.
Muchos pensarán que eso no tiene nada de diferente a la radio, donde alguien emite un mensaje y otro lo escucha. Sin embargo, la interacción entre personas tiene una naturaleza muy distinta.
Con el auge de las reuniones y las clases online esto se ha vuelto muy patente. Le hablamos a pantallas pobladas sólo por avatares o iniciales, sin saber si nuestro mensaje está siendo recepcionado correctamente y donde es difícil generar un diálogo. De esta realidad propia de nuestra era surgen nuevas preguntas.
¿Es acaso una cámara apagada una señal de no comunicación? ¿Qué lleva a una persona a no mostrarse en una reunión? ¿Es por mala conexión a internet o simplemente una muestra de desinterés? ¿Cómo se maneja la comunicación con una pantalla inanimada? ¿Cómo saber si estás teniendo la atención que tu mensaje necesita?
Para todos los humanos, pero sobre todo para quienes crecimos en la era análoga, es primordial ver el rostro de nuestro interlocutor, descubrir su reacción tanto en sus palabras como en sus gestos. De ahí que estas preguntas no sean triviales: son cuestiones que están en el centro de la evolución de la comunicación y que están afectando de forma importante a los ambientes de trabajo en todas partes.
Tanto la fenomenología como la psicología enfatizan la importancia y la complejidad del contacto visual. “En el contacto visual, no solo observas los ojos de la otra persona”, observa la autora y profesora de filosofía Beata Stawarska, sino que esta otra persona también “atiende a tu atención mientras tú atiendes a la de ella”. Esto se extiende a múltiples niveles de conciencia, como observa el filósofo Maurice Merleau-Ponty, en un momento de contacto visual fijo: “ya no hay dos conciencias, sino dos miradas que se envuelven mutuamente”.
Siguiendo la lógica de Merleau-Ponty, las cámaras apagadas en reuniones nos coartan la posibilidad de lograr que nuestras miradas se “envuelvan mutuamente”. Esto nos obliga a buscar formas alternativas para lograr una comunicación más rica y asegurarnos que nuestro mensaje está siendo recibido correctamente.
¿Podrá el metaverso ser una solución para este dilema? ¿O quizás la respuesta es una solución más prosaica, como obligar a todos a prender su cámara cuando se trate de una reunión importante? Son cuestionamientos que seguro muchos nos estamos haciendo en este mismo momento.
Personalmente, quiero pensar que vendrán más cámaras encendidas, porque aunque estamos en la era de los avatares virtuales, seguimos siendo humanos ávidos de ser escuchados y, sobre todo, comprendidos. Y, como versa el viejo dicho, una mirada dice más que mil palabras.